Cuando recibí sus mensajes, desde Italia, me invadió una alegría inmensa, comparable con la emoción de sus victorias. La voz de Yunidis Castillo sepultó semanas de espera por el recuento de su historia, como antes sus pies condenaban al olvido cada centímetro de las pistas.
Tras la inmersión en su pasado, recordé cuán cerca de nosotros laten todavía sus triunfos, con la firma de su sonrisa, y reafirmé mis sospechas sobre la ilusión del tiempo, solo real quizá en los segundos bendecidos con las carreras de esa santiaguera.
«Me gusta el dinamismo del deporte, me apuntaba en todo, hasta en el judo. A los diez años, con 25 kilogramos de peso y cinta naranja, me auguraban un gran futuro. Pero mi vida cambió cuando viajaba a los Juegos Escolares Nacionales de Holguín, el 11 de abril de 1998: un accidente causó la amputación de mi brazo derecho.
«Continué aferrada a la práctica de mi disciplina de combate para disminuir el sufrimiento, porque me sentía inútil. El Comisionado Provincial me informó la inexistencia de variantes del judo acordes a mi condición, y me orientó al paratletismo.
«Allí me acogió Jorge Alberto Gonce, quien se portó como un padre para incorporarme en la sociedad y enseñarme cómo lograr mis metas. Con él me inicié en los 100 y 200 metros; por sus gestiones, devine una de las dos pioneras, entre las deportistas con discapacidad, matriculadas en una Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético, en Santiago de Cuba.
«En cada certamen mostraba mi ascenso, y Luis Bueno me captó para la selección nacional, en el área de saltos. Como exponente de la longitud debuté en los Juegos Paralímpicos en Atenas-2004, pero la unión de categorías con sistema de puntuación me desfavoreció. Si compitiéramos por separado, seguro alcanzaba el oro.
«Me decepcioné tanto que lloré lo que no te imaginas. Sin embargo, volví determinada a especializarme en la velocidad, con Miriam Ferrer, para incrementar mis opciones de medallas. Bueno aceptó, y desde entonces entrené los saltos como un extra».
Por momentos, Yunidis interrumpe su relato con frases en italiano, dirigidas a Tiago de Jesús, su hijo más pequeño. ¿Su intuición infantil vislumbrará la grandeza de su madre?
«En 2005, en el Mundial de Assen, Países Bajos, la polaca Alicja Fiodorow exhibía el cartel de favorita, mientras yo aparecía en el listado con un registro pésimo; por tanto, podía esperar una sorpresa de cualquier rival menos de mí. Cuando dominé la eliminatoria de cien, ella quedó en un estado de ansiedad, como si ya viera perdido el título y, en efecto, establecí mis dos primeros récords del orbe.
«Los rebajé en los Parapanamericanos de Río-2007, y un año después, en Beijing, me desquité de mi amargura en Juegos Paralímpicos, con nuevas primacías en mis pruebas preferidas». La cubana justificó el nombre del estadio Nido de Pájaro, porque allí, voló.
«Me atreví a completar la vuelta al óvalo a partir de la cita planetaria de Nueva Zelanda, en 2011. Respetaba las distancias largas, pues me parecía que nunca llegaba, pero Miriam tenía las palabras exactas para hacerme creer en mis potencialidades.
«Le agradezco su confianza, su seguridad y su apoyo. Me ayudó a construir mi faceta de mujer independiente y jamás me limitó, al punto de animarme a realizar planchas y pesas con barras. Mi corazón siempre le reservará un pedacito. Ojalá Dios les entregue mucha salud a Elena y a ella, mis dos madres».
En Londres-2012, Yunidis conquistó el triplete dorado, junto a los récords absolutos de 11.95, 24.45 y 55.72 segundos. Su último evento, los 400, le despertó temor luego de tanto esfuerzo, pero con una demostración digna de su leyenda, cerró a tope los 150 metros finales.
El acumulado de cinco coronas en su carrera la convirtió en el máximo referente del movimiento paralímpico nacional. La gloria vivía en ella, pero su mente le pedía otro aire: «Aunque repetí los tres lauros en el Mundial de Lyon, en 2013, necesitaba una pausa; me punzaba el anhelo de la maternidad. Mi primogénito Gabriel fue una bendición.
«Más tarde asistí a los Panamericanos de Toronto y al Mundial de Doha, en 2015; distaba de hallarme lista, pero decidieron llevarme y me lo cobró una lesión en la justa global. En Río-2016 noté otra molestia y, ante el miedo de estar imposibilitada de correr, salté el largo.
«Lideraba esa especialidad, pero en las rondas definitorias la neozelandesa Anna Grimaldi me superó por apenas tres centímetros, con 5.62 m. Después, en la final del hectómetro, sufrí una ruptura muscular gravísima». Así fue la despedida de su estrella.
Ella alterna su presente entre Italia y Cuba, y agradecida camina con su Isla. Cuando colgó las zapatillas, le quebraron sus marcas en 100 y 400, pero les resta importancia, porque «no duran toda la vida»; en cambio, sí perdurará la felicidad de su sonrisa.